El ser humano, esconde tras de sí una huella animal que nos impulsa a conocer, controlar, ver… Todo aquello que nos rodea, y así, concebir su eterna realidad en nuestros parámetros mentales como aquello «ya conocido». Creemos estar solos, pero nada más lejos de la realidad.
Mirar, ser visto. Cada uno de los individuos constituimos una suerte de inter-control en el que todos nuestros actos son examinados en todo momento. Siempre miramos, independientemente de nuestra cultura. Y siempre nos miran.
Hasta cierto punto creemos ser libres, pero todo lo que conformamos como seres vivos está siendo vigilado las 24 horas del día. Es inquietante pensar que nos vigilan, pero también lo es darnos cuenta que nosotros también somos observadores. La vida es como un teatro en el que «todo es de todos».