Cuadro de Gustav Klimt sobre la muerte y la vida, pintado en 1910. En esta obra el artista quiso representar la vida mostrando personas de todas las generaciones, desde el bebé hasta la abuela, como símbolo de el círculo sin fin de la existencia.
Los vestuarios de los personajes están prolijamente adornados con círculos tonos pastel, y las figuras son del inconfundible estilo del artista: cuerpos entrelazados, decoración de mosaico y pieles femeninas pálidas.
La importancia de este cuadro en opinión del propio Klimt fue enorme, El mismo lo citaba como su obra figurativa más destacada. Actualmente se encuentra expuesto en el Museo Leopold de Viena.